viernes, 26 de noviembre de 2010

ENGANCHADA Y ADICTA


Hay quien se engancha a la marihuana, o al tabaco, o a la cerveza, o a los amigos. No es que sean comparables, pero parecen aficiones placenteras, sin abusar. Sin embargo, yo me hago adicta a los trabajos que resuelvo -además de al buen vino cuando no estoy embarazada y un cigarrito de vez en cuando, por no hablar de los amigos-.

Me pasó con mi primer trabajo. Un familiar muy muy cercano se puso muy enfermo mientras yo estaba trabajando para Oliver, mi primer jefe. Le dije que me volvía a España para cuidar de ese familiar, pero se lo dije con lágrimas en los ojos, porque yo, en realidad, no me quería ir de allí ni atada por entonces. Y Oliver me contestó -no sé si egoístamente porque ahora es lo de menos- que en tiempos de tormenta no hay que hacer mudanza. Que no me veía con las ideas claras y que no tomara decisiones que podrían condicionar toda mi vida futura. Y vaya si podían. De haber vuelto yo entonces a vivir a mi ciudad natal, con un trabajo sin terminar y las ideas turbias, creo que la depresión me hubiera tocado como a una diana. Y nada de mi vida posterior, por supuesto, hubiera sido como fue. Los lugares también te determinan.

Pero lo de ahora es diferente. Es que escucho hablar a mis compañeros de oficina, a la jefa de recursos humanos, a la directora financiera, y sé que se nos avecina una muy gorda con la entrada del nuevo año. No sé si habrá huelgas o nos resignaremos como corderos degollados, pero lo que sí sé a ciencia cierta es que, mientras todo eso pase, yo estaré pariendo y amamantando a una nueva criatura que pienso traer al mundo por las mismas  fechas.

Les he pedido a mis compis que no me excluyan de los cotilleos del momento, que me cuenten por mail lo que está pasando o cómo sea, que no quiero quedarme al margen de momentos que seguro serán históricos para todos nosotros. Y pienso en mis temas, en mis carpetas, en mis archivadores llenos de historia -y de polvo en algunos casos- y en dónde y quién los heredará cuando nos echen a todos de aquí, y si los tratarán bien o mal. Si me criticarán o me alabarán por el estado en que les deje la información. Información es poder, así que yo la tendré bien agarrada a mis dientes mientras pueda. Pero, mucho me temo, que lo que tendré agarrado a mi teta será más bien una hija, y con eso tendré todo lo que pueda desear. Por un tiempo. Y si Dios quiere.

jueves, 4 de noviembre de 2010

EL PASILLO OSCURO



Estamos de ERE. Expediente de Regulación de Empleo Temporal. Lo que significa que algunos días vienes a trabajar y otros no. Los que vienes, cobras el sueldo íntegro de la empresa. Los que no vienes, cobras el 90% de tu sueldo, pero una parte del mismo lo pagan las arcas públicas.

En mi caso, yo decido qué días vengo y qué días me quedo en casa. Eso sucede porque no tengo un jefe visible. El financiero a quien yo respondía ha sido transferido a otra sociedad de la multinacional. Y el director general, que en teoría es mi jefe ahora, está por otras labores que no son controlarme a mí. Con la que tiene encima más bien soy un alivio en su vida de jefe, porque le resuelvo pequeños problemillas técnicos para los cuales necesita una respuesta 'de abogado'.

Así que hoy he venido, pero la mayoría de la plantilla está en su casa viéndolas venir o matando moscas, depende. Según entras por la puerta, el pasillo largo que normalmente bullía de gente y reuniones con puertas abiertas, está oscuro y sombrío. Cuando llegas a la antesala de mi oficina, igualmente la luz brilla por su ausencia. Solamente queda encendida la lamparilla de la directora financiera, que está al pie de no sé qué cañón, y la mía que la enciendo nada más llegar para que me caliente la vista.

Miro los mails. Nada importante. Una llamada aquí y otra allá. Me telefonea mi colega de finanzas para conspirar juntas. Ella me cuenta las pequeñas cosas de las que va teniendo noticia y yo le cuento las que sé yo. Entre las dos y sin hilar muy fino nos salen las cuentas de dos más dos: quieren cerrarnos la empresa. Llamo a la abogada externa que me asesora cuando se me complican los temas laborales, y según le cuento me dice que blanco y en botella.

Viene una secretaria de la otra empresa que hemos escindido para hacerme una consulta sobre un contrato, y me dice que no sabe qué le da más miedo, si nuestra empresa con las luces apagadas o la suya, situada al otro lado del muro, en donde los van despidiendo en ERE's de diez en diez semana sí semana no. Yo les digo a las dos, a la secre y a la directora financiera, que deberían darnos unas pastillitas anti depresión a medida que cruzamos el umbral para entrar en esta ratonera cada día. Contra el desánimo y la mala sangre. Y nos reímos las tres, qué más vamos a hacer.

Yo conmigo misma me pongo frívola, y lo que peor me sabe es que esta cronista, si no me fallan los datos que me van llegando, se va a perder el final de la película porque me va a pillar pariendo. Y oye, como que he aguantado mucho en este escenario como para perderme el día que nos chapen. Cuándo voy a tener otra oportunidad como ésta para poder contarla?

Sigo conspirando secretamente. Tengo yo un amigo ex-inspector fiscal que quizá tendría a bien conseguir un soplo de una empresa como ésta. Porque si a algo huele toda la operativa, es a ahorrarnos impuestos. Un día que pueda ya lo explicaré.